Cada cierto tiempo surge un debate entre los lectores en torno a si los personajes presentes en las obras de LIJ son, quizá, demasiado fieles al prototipo socialmente más aceptado: blanco, heterosexual, occidental (rasgos que señala Gabriela Campbell en su artículo de Lecturalia). Por decirlo de algún modo, se discute si la mayor o menor visibilidad de ciertos perfiles minoritarios en la vida real –ya sea por la raza, las limitaciones físicas o psíquicas, la tendencia sexual… etc- se traslada de igual modo a los libros, y si debería ocurrir así.
Una de las alusiones más recurrentes en esta polémica es la que se refiere a la presencia de la homosexualidad. Por eso mismo voy a centrar en ella mi actualización, aunque en esencia considero que mis observaciones son aplicables a todas las figuras que, por una razón u otra, se apartan del arquetipo “medio” (iba a decir “más convencional”) y por tanto son desterradas a una especie de limbo donde, a lo sumo, pueden aspirar a un papel secundario en la trama de una novela. En cualquier caso, se trata de una visión del asunto muy personal, que puede coincidir o no con la que cada lector construya a partir de la observación del panorama “lijero” actual.
Lo que yo he hecho es, primeramente, intentar valorar si, en efecto, los personajes que cuentan con alguna peculiaridad sufren cierta discriminación con respecto a los que podríamos denominar como “protagonistas estándar”, a la vista de las publicaciones vigentes. He consultado además diferentes blogs donde se ha hablado de este asunto y compruebo que hay opiniones para todos los gustos: desde los que afirman que no existen obras con personajes gays, hasta los que dan una lista de títulos que sí los tienen. Que hay novelas que cuentan con ellos, de todos modos, es un hecho. Otra cosa es si esas obras son accesibles o no, y su proporción con respecto al total de publicaciones LIJ.
Una primera observación que resulta interesante es la constatación de que, al margen de esa duda, no he encontrado a nadie que manifieste abiertamente que en las obras de LIJ no deban aparecer personajes homosexuales. Tal vez porque en la actualidad se consideran políticamente incorrectas las posturas homófobas, noto cierta prudencia en este tema.
En cualquier caso, después de reflexionar sobre lo analizado, debo concluir –sobre todo atendiendo a las obras de mayor difusión- que, si bien están cada vez más presentes en la LIJ, los personajes gays (y todos aquellos que, como ya he dicho, se desvinculan del “modelo estándar” por cualquier rasgo) todavía están lejos de desempeñar el protagonismo que, de hecho, tienen por fortuna en la vida real, al menos en países evolucionados como el nuestro. Nada que ver con el cine, la TV… donde, en ocasiones, incluso se abusa del contenido homosexual (por “abuso” entiendo la presencia de elementos gays que no están justificados en el guión, que resultan forzados; probablemente han sido “metidos con calzador” no por concienciación hacia la causa gay, sino con ánimo estrictamente comercial, buscando la fidelización del colectivo homosexual).
(Nota: Por desgracia, otros colectivos distintos al homosexual ni siquiera tienen su visibilidad en la vida real, con lo que su inclusión en la novela se convertiría así en una estrategia valiosa para reivindicar su legítimo papel en la sociedad).
Si partimos de la afirmación de que en los libros de LIJ hay menos presencia de personajes homosexuales que en la vida real, surge una evidente cuestión: ¿Y qué? ¿Es necesario que haya más? ¿Por qué?
No hablaré del manido argumento de “evitar la discriminación”, sino de un planteamiento literario: considero que una novela que habla de nuestro mundo debe reflejar la realidad; y ese es precisamente el motivo por el que muchos lectores reivindican la presencia de personajes gays en los libros. No tanto por un interés personal en lo homosexual (habrá de todo, como es lógico), sino porque una historia nos resulta más creíble, más verosímil, si logra recordarnos el escenario donde se desarrolla nuestra vida. Y en nuestra vida, a nuestro alrededor, se mueven los heterosexuales pero también hay gays, y negros, y budistas (seguramente también negros gays budistas), chinos –montones de chinos, millones de chinos-, ciegos, superdotados, sanos, enfermos, transexuales, millonarios, pobres, autistas, lesbianas, guapos, feos…, etc. Hay de todo. Pues bien; esa riquísima realidad, apasionante por su diversidad, es la que debería atreverse a reproducir un autor libre de prejuicios. Esa es la realidad que debería ofrecer al lector.
Semejante afirmación también es aplicable al género de la fantasía: cuando diseñamos otros mundos, en el fondo trasladamos el nuestro y lo recreamos en esa dimensión paralela que nuestra imaginación ha concebido. Por ello asistimos como lectores a un despliegue de criaturas que, a pesar de su diferente naturaleza, muestran comportamientos y sentimientos profundamente humanos: amor, odio, ambición, miedo, duda, ternura, venganza… La belleza y la fealdad están también muy presentes, como con los elfos y los orcos. Y la inteligencia frente a la torpeza. Sirvámonos de Harry Potter como ejemplo; el joven mago se mueve por Londres. Si la cantera de Hogwarts la constituyen muchachos que proceden del mundo de los muggles, es evidente que la composición de su alumnado tendría que reflejar la misma variedad que la población de la capital inglesa; y os aseguro que, junto a Nueva York, no conozco otra ciudad en el mundo con mayor diversidad de gente. Sin embargo, J. K. Rawling presta poca atención a este aspecto a la hora de definir los personajes principales.
Gayparade en Copacabana, Río de Janeiro (octubre 2008)
La necesidad de reflejar la realidad es el motivo por el que yo, al plantear el paisaje y los protagonistas de mi trilogía “La Puerta Oscura”, incluí a un joven en silla de ruedas (Dominique), y a dos secundarios gays (Mathieu y Edouard). La editorial SM no solo no puso ningún inconveniente ante tal galería de protagonistas (curiosamente, Dominique suscitó más reticencias por su humor machista), sino que incluso me animó a desarrollarlos más. No obstante, reconozco que no sé si me hubiera atrevido a jugar con la identidad sexual del protagonista, Pascal. ¿Habría sido tan audaz? Me temo que no estoy tan seguro.
Si admitimos la necesidad de incorporar a las novelas de LIJ una “plantilla” más plural en cuanto a los personajes (en el caso que nos ocupa relativo a su sexualidad), he comprobado que surgen las siguientes objeciones:
1).- “Los gays representan una minoría de la sociedad, luego la temática gay vendería mucho menos”.
Esta justificación, que parte de la afirmación de que solo los gays compran contenidos de temática gay, me obliga a matizar la diferencia entre dos conceptos: “temática gay” y “presencia de personajes gays”. Es que no es lo mismo. De lo que estamos hablando es de incorporar personajes homosexuales a las historias actuales, en su mayor parte de corte heterosexual. Para catalogar de “temática homosexual” una historia, su argumento tendría que contener un ingrediente gay de mucho mayor peso que la mera presencia de un protagonista que experimente atracción hacia individuos de su mismo sexo. Por ejemplo, una versión de “Romeo y Julieta” entre dos chicos o dos chicas.
En la novela de adultos sí se puede hablar de casi un género propio cuando se alude a la “temática gay” (ahí tenemos autores tan exquisitos como Hollinghurst o David Leavitt, por ejemplo), ya que existe bastante material al respecto. En la LIJ creo que no se da esa circunstancia (valoración que mantengo con absoluta certeza respecto a lo publicado en nuestro país).
Por todo lo anterior, debemos descartar la primera objeción para justificar la poca presencia de personajes gays en la LIJ.
2).- “Las editoriales y los autores procuran eludir en la LIJ todo lo relativo a la homosexualidad por temor a la reacción de los padres de los lectores, quienes en muchos casos compran e incluso eligen los títulos destinados a sus hijos”.
Qué queréis que os diga. A mí me parece que precisamente es el tramo de edad juvenil/joven adulto donde resulta más interesante ofrecer lecturas que incluyan conflictos de toda índole –dentro de límites razonables-, pues de lo que se trata es de que la lectura sea un cauce más a través del cual el lector adquiera espíritu crítico. Ese afán “educativo” (sobre todo en lo que a «moralidad» se refiere) que obsesiona en ocasiones a las familias cuando se habla de lecturas para jóvenes, se traduce a menudo en una actitud demasiado protectora, que puede repercutir negativamente en el propio desarrollo intelectual del lector. Como se ha dicho tantas veces, los jóvenes por el hecho de serlo no son tontos.
No sé; da la impresión de que hay personas con tal estrechez de miras (con tal incultura, diría yo) que piensan que, si se introduce en un texto un personaje gay, se está cerca de alentar la homosexualidad entre los lectores. Eso es una soberana estupidez, por carismático que sea el citado personaje. O a lo mejor lo que molesta a esos censores vocacionales es que se transmita una imagen de naturalidad sobre la homosexualidad. En ese sentido, aplaudo toda la literatura existente al respecto.
Conviene recordar, además, que en el caso de los adolescentes a menudo son ellos mismos y no sus familias quienes eligen y adquieren las lecturas.
Sufrimos el lastre de que la literatura juvenil se halla vinculada a la infantil –LIJ-, un encasillamiento que acarrea un precio. Tal vez, a estas alturas (recordemos la aparición de esa etiqueta denominada “young adult”), sería hora de reivindicar para la narrativa juvenil una categoría propia que la desligue de los textos infantiles. No sé si suena demasiado revolucionario cuando ya de por sí nadie es capaz de definir con exactitud la propia LIJ, pero tenía que decirlo. Quizá así se conseguiría que a la hora de seleccionar lecturas para los adolescentes primase no un tutelaje “canguril” sino el ofrecimiento de títulos estimulantes para la mente y el corazón. Sin barreras.
En el sentido de lo expuesto, las editoriales no deberían perpetuar con sus decisiones de publicación el planteamiento excesivamente conservador de cierto perfil de compradores (creo que en España no sucede). Ocultando aspectos de la realidad no se prepara a los jóvenes para el desafío del futuro ni se alimenta en ellos la curiosidad, algo fundamental en la vida.
3).- “El autor no se atreve a describir una realidad que desconoce, no se siente cómodo”.
Dicho de otro modo; solo un autor homosexual será capaz de incluir entre su elenco de personajes a uno gay.
Con vuestro permiso, responderé a esta última objeción tomándomelo con humor: Un autor amigo me dijo una vez que llevaba muchos años intentando comprender a las mujeres y que no lo había conseguido. Semejante afirmación justificaría entonces que algunos escritores no incorporasen personajes femeninos en sus novelas (no sucedería lo mismo con las escritoras, porque sabido es que los hombres somos mucho más básicos). Sin embargo, claro que todos los autores incluimos protagonistas de ambos sexos en nuestras historias, con mayor o menor éxito en lograr que resulten creíbles.
Yo escribo sobre crímenes y, por fortuna –aunque mi lado morboso disfrutaría con ello-, ni me ha tocado conocer a ningún asesino ni me muevo en un entorno criminal. Resulta evidente, por tanto, que ese obstáculo no es insalvable. Una de las fases más apasionantes del proceso de escritura es la documentación, a través de la cual el autor soluciona la carencia de conocimientos en torno a los temas en los que trabaja. Con esto no quiero decir que para crear un personaje gay, un escritor tenga que acabar en un cuarto oscuro. No. En nuestro país es hoy muy fácil acceder al mundo gay: amigos, conocidos, publicaciones, cine, chats y webs, foros, programas, determinadas cafeterías y bares… etc.
Por tanto, en la actualidad esta tercera objeción –que hace cuarenta años habría sido defendible- no tiene sentido.
CONCLUSIÓN:
El panorama literario actual está abierto –con prudencia- a personajes que se apartan del perfil acostumbrado, personajes que sí empiezan a surgir en las obras recientes.
No obstante, se trata de un proceso que avanza poco a poco. No olvidemos que hasta hace no mucho tiempo la homosexualidad era un tema tabú; se ha producido una repentina evolución que las generaciones mayores –y la Iglesia, un elemento importante en un país de tradición cristiana como el nuestro- todavía están asimilando. Respecto a otro tipo de minorías que puedan reflejar papeles protagonistas –razas, limitaciones físicas o psíquicas… etc-, nos enfrentamos al obstáculo de su propia invisibilidad en la vida real. Dicho de otro modo; buena parte de los lectores, como fiel reflejo de la realidad, busca en la ficción héroes que encajen en la fórmula canónica de “triunfador”: personajes bellos, valientes, poderosos, inteligentes, líderes. Se trata de lectores que quizá no quieren arriesgarse a descubrir que pueden llegar a ser tan dignos de admiración un ciego, un gitano, un pobre, un autista o, simplemente, un tipo vulgar. Por eso mismo, escoger un protagonista conflictivo implica un riesgo –y un esfuerzo añadido- que no siempre se está dispuesto a asumir…
Average Rating: 4.7 out of 5 based on 280 user reviews.